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martes, 20 de enero de 2015

HISTORIA DE LA GÜERA (Cuento)


Agustín sabía ser cariñoso y tuve a Tilín con él. No como Gildardo de allá del rancho que cuando me vio preñada de Monchis corrió para la sierra diciendo que lo andaba buscando la policía. Lo malo de Agustín es que se pone muy violento por cualquier cosa. No se puede tener todo, pensaba yo. Es bueno con las criaturas, hasta con el que no es suyo; no es parrandero y siempre me daba el gasto. Pero no aguanté. Está bien que me pegara si me hubiera ido con alguno de sus hermanos o primos que se quedaban mirándome y no perdían ocasión de meterme la mano. Pero de que se rompía la loza o porque se acabaron las tortillas, por eso no se le pega a la mujer.
Me alegaba que cumplía su trabajo y tenía yo que atenderlo bien. Que si anduviera de borracho sería otra cosa. Yo quise darle gusto. Le hacía las recetas de cocina del periódico y las que daban en la televisión. Si algo no le gustaba, luego luego se me iba a los golpes porque gastaba yo en porquerías. Por eso me fui al refugio con las dos criaturas. Ni modo de dejárselas. Tilín apenas tiene tres años. Monchis ya es hombrecito de siete pero si se lo dejo, capaz que lo mata.
Lo conocí luego de que me vine del rancho con el Monchis chiquito. Allá no podía quedarme, no es lugar para una mujer sola. Cualquiera se quería meter conmigo porque ya estaba usada y ni Gildardo ni nadie iban a venir a defenderme. Así que le dije a mi papá que yo me venía para Morelia. Encontré trabajo en una tienda de vestidos para las fiestas. Primero nomás barría y trapeaba pero la señora dijo que me iba a enseñar a coser para que le ayudara. No pude estudiar enfermería porque en el rancho no había preparatoria pero me metí a una escuela de corte. Le hice su ropa a las criaturas. Al principio me quedaba re fea y el pobre Monchis se veía muy chistoso. Luego hasta me pidieron para otros niños. Ahí en la escuela de corte, Agustín trabajaba de mozo. Me dijo que él también sabía cortar y que me ayudaba. ¡Mentiras, que! No sabía nada. Pero Monchis se fue encariñando con él, y yo también.
Parecíamos una familia cuando íbamos a la plaza o al cine. Me dijo que me fuera a vivir con él, y tuve un poco de desconfianza por lo que pasó con Monchis el día que tiro al suelo la tostada que le acababa de comprar: lo golpeó en la cabeza y se puso tan furioso que creí que lo iba a ahorcar. Luego me pidió perdón y dijo que no iba a volver a pasar. Todos los hombres se enojan cuando se gastan los centavos, pensé. Sí nos fuimos a vivir con él en su cuartito. Ya estaba yo esperando a Tilín.
Cuando estuve en el refugio le ayudaba a la cocinera a calcular las recetas según el número de gentes que iban a comer. Primero no me creía pero ya luego que vio que hacía yo la cuenta, no empezaba hasta que yo dijera cuánta azúcar, cuántos huevos, cuánta harina para los pasteles o para lo que fuera.
En las tardes, las muchachas se aburrían y ya querían irse con sus maridos... o con el chofer o quien anduviera por ahí.
-¿Aunque te peguen?
-¡Aunque me peguen!
Y nos reíamos a carcajadas. Margarita y Gudelia bromeaban con que se apartaban al licenciado, que a ver quién se lo ganaba. Yo creo que iba a ganar Margarita porque siempre que el licenciado venía, la buscaba. En cambio a Gudelia ni la miraba. Pero ahí estaban las dos con sus risas.
Yo no tenía mucho tiempo de pensar en Agustín porque atendía a las dos criaturas, o arreglaba la ropa de las muchachas: que métele tantito, que sácale porque me aprieta. Yo quería comprar una máquina de coser como la del refugio para dedicarme a la costura. Pero aunque la sacara en abonos, no me iba a alcanzar. Primero tenía yo que encontrar un trabajo y luego ahorrar para la máquina.
Un día fue mucha gente al refugio. Dijeron que eran de los Derechos Humanos, que venían a ver cómo estábamos. El licenciado me presentó con uno de ellos que según eso era el visitador principal; que quería hablar conmigo. Que cómo estábamos, que si me gustaba estar ahí, que si alguien me había pedido hacer algo que yo no quisiera o si habían abusado de mí. Yo le dije que estábamos muy bien. Empezó a explicarme eso de los Derechos Humanos y no dejaba de mirarme la abertura de la blusa, como los hermanos de Agustín. Gudelia se reía cuando se lo platiqué.
-Es que te quiere visitar.
¡Canija Gudelia! Algo le atinó porque a la siguiente semana me dijo el licenciado que el señor visitador necesitaba una persona para trabajar en su casa. Que le había gustado que supiera yo cocinar. Me ofrecía un cuarto en el que podría estar pero sin los niños. ¿Y yo que hago con Monchis y con Tilín? ¿Y con Agustín que me ha mandado recados de que ya regrese? Dijo el licenciado que lo pensara porque él veía que era una buena oportunidad para mí.
Luego que le hicimos su despedida a Margarita, Gudelia dijo que también ya se iba a ir con su marido, nomás que pudieran rentar un cuarto para no vivir con su suegra. Yo empecé a pensar a dónde me iría. Gudelia me aconsejó que me fuera un tiempo a trabajar en la casa del visitador y que no dejara yo que me usara, a menos que yo quisiera, me dijo con mucha risa. Que con mi sueldo me alcanzaría para la máquina de coser y cuando acabara de pagarla, ya me fuera a poner mi taller de costura.
Eso es lo que hice. Fui a dejar a Monchis y a Tilín al rancho para que ayudaran a mi papá mientras me los podía traer otra vez. Por ahí vi a Gildardo que quiso conocer a su hijo Monchis. Me fui a la casa del visitador que, luego, luego, empezó a tocarme cuando la señora no lo veía. O si lo veía, se hacía la disimulada. De todos modos, yo fui a sacar la máquina y a dar el enganche.
Una tarde que estaba yo sola en la casa, llegó de sorpresa el señor y que me abraza por atrás. Que ándale güera, vamos a tu cama. Que él había sido bueno conmigo y tenía yo que atenderlo bien. “Mire, señor -le dije- si usted me embaraza yo no me voy a quedar callada. Voy a pedirle que me dé para mantener a la criatura. Usted sale en los periódicos y no le va gustar que hablen mal. Mejor déjeme en paz y si tiene muchas ganas búsquese a alguien en la calle, o vaya con la señora”. Dijo que él conocía un doctor para los embarazos, que no habría problema, que fuera yo buena con él. Tuve que decirle que ya iba a venir la señorita de la escuela, que se estuviera quieto porque se lo iba yo a decir aunque me corriera. Mentiras, la señorita llegaba hasta la noche. Pero ya con eso me dejó.
Otra tarde me trajo unos pastelitos y me dijo que yo le gustaba, que él podía ver que nada me faltara. Que si era por no quedar embarazada no me preocupara y que nadie me iba a correr aunque yo le dijera que no. Así por las buenas, yo acepté y nos fuimos a mi cuarto. Luego me preguntó que si necesitaba yo dinero. Le dije que no tenía que pagarme porque yo había querido acostarme con él. Otras veces sí le pedí que me ayudara a pagar los abonos de la máquina de coser.
Nos pusimos de acuerdo: a la hora de comer él le decía a la señora que tenía que hacer una visita aquí cerca, entonces yo ya sabía de qué se trataba y me preparaba.
***
Yo creo que nunca me voy a ir a poner el taller de costura. Acabé de pagar la máquina pero casi no la uso. Ya llevo aquí cinco años. Los sábados y domingos salgo y me quedo con Agustín. Me dice que ya me vaya con él de fijo porque le gusta mi comida, pero yo prefiero que sigamos de entrada por salida.

La última vez que mandé dinero al rancho para los muchachos, me dijeron que ya nomás le mandara a Tilín porque Monchis se fue a la sierra con su papá. Se lo conté al señor, que ahora es diputado, y prometió que me va ayudar a sacarlo de la cárcel cuando lo agarre la policía.

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