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domingo, 8 de febrero de 2015

UN PADRE CARIÑOSO (Cuento)

Los hombres tienen derecho a divertirse un rato en la cantina. Especialmente aquellos que soportan a jefes impertinentes por una paga menor a la que merecen y que viven siempre peleando con la esposa que sólo sabe pedir dinero y gastar en cosas inútiles. Es lo que hizo el licenciado Antón Ramírez, analista de la Secretaría de Industria, ese viernes de quincena. Esos momentos de carcajadas y auténtica amistad son lo que hace soportable su vida.

Más tarde, cuando Ramírez llegó a su casa sintió un inmenso amor por su hijo de siete años que estaba merendando con su madre.

-Ven, chiquito mio, dame un abrazo. Saluda a tu padre.

El niño, sin levantarse de la mesa, miro a su madre.

-¡Déjalo en paz! Está merendando -dijo la madre.
-Quiero abrazar a mi niño hermoso. ¿No puede un hombre abrazar a su hijo? ¿Sólo las mamás merecen el cariño de los hijos? Ven, tesorito, déjame abrazarte.

El niño se levantó mirando al suelo y se acercó despacio a su padre que lo abraza y se sienta con él en las piernas.

-Véngase con su papito que lo quiere mucho.

Lo besa en la mejilla y lo mantiene apretado.

-¡Déjalo merendar, Antón! Se está enfriando su leche. No estés de imprudente.
-¿Estoy de imprudente porque quiero a mi hijo? No te parezco tan imprudente cuando te doy el gasto ¿Eh?  Pero si quiero consentir a mi hijo y abrazarlo es imprudencia. ¿Verdad, chiquito, que no es imprudencia? ¿Verdad que te gusta abrazarme? Dile a tu papito qué quieres, anda.
-Quiero mi leche- dijo el niño con voz apenas audible.
-Sí, sí claro. Pero yo soy tu papito y me gusta jugar contigo y abrazarte porque eres mi niño lindo. Dame un besito aquí, anda, y ya te vas a acabar tu merienda. Pero luego jugamos ¿eh?

El niño besa la mejilla de su padre y empieza a forcejear para soltarse.

-¡Ay, que rico besito me diste! Dame otro, ahora de este lado.
-¡Ya déjalo, caramba! -dijo la mamá- ¿No te das cuenta de que ya se quiere ir?
-Ya lo voy a dejar. Lo has puesto contra mí, que soy su padre. Tenías que haberlo enseñado a quererme y ahora me reprochas que yo lo busque. Yo adoro a mi chiquitín. Cuando las cosas se ponen difíciles en la oficina, pienso en él y sólo por eso me aguanto. ¿Y tú no quieres que lo abrace? ¿Qué clase de madre eres? Qué injusta es la vida con los hombres...Ándale, mi niño lindo, ve a a merendar. Pero mañana vienes conmigo. Tú y yo solitos. Te voy a comprar un juguetito en la tienda, ¿eh? Lo que tú quieras.
-Sí, papá.
-Dime papito.
-Sí, papito.
-Antón, cuando estás tomado prometes muchas cosas que luego no puedes cumplir.
-Ajá. Ahora resulta que estoy tomado sólo porque quiero a mi niño. No puedo ir un rato a divertirme con mis amigos porque ya dices que estoy borracho. ¡Óyeme bien! Esa es la única diversión que tengo y me la quieres quitar. Claro, tú vives muy contenta aquí mientras yo me friego todo el día en la oficina. Pero eso no te importa. ¡Se acabó! ¿Me entiendes?. El día que tú me des dinero, entonces vigilas cómo me lo gasto. Merezco un descanso. Me voy a dormir ¿Tienes algún problema con eso?
-No, no.
-Porque si tienes algún problema, ahora mismo lo arreglamos.
-No, ningún problema. Me parece muy bien que te vayas.

Antón Ramírez durmió y roncó hasta las once de la mañana del sábado. Su adorado hijo le estuvo espiando el sueño desde las nueve. Cuando vio que despertaba, entró a su cuarto.

-¿Ya nos vamos, papito?
-Me siento mal. ¿Entiendes? Ahora quiero quedarme en mi casa. ¡Mi ca sa! Ve y dile a tu mamá que me traiga una jarra grande de agua de limón... No creas que anoche no me di cuenta de que no querías abrazarme. Eres como tu mamá: sólo estás viendo qué me sacas. ¡Anda! Ve a hacer lo que te dije y cierra la puerta cuando salgas. ¡Ya, vete! ¿Qué tanto estás mirándome?

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