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viernes, 6 de noviembre de 2015

La mesa puesta, cuento.

Dijo que sí venía y aquí estoy otra vez esperándolo. Todos los días me dice lo mismo, no sé por qué le hago caso. Él tiene buenas intenciones pero siempre le sale algo, ya ves cómo es, y puede que venga o puede que no. No sé qué es peor, que venga cuando ya no lo espero y recogí todo o que llegue muy sonriente diciendo que ya desayunó con sus amigos, y yo aquí con la mesa puesta.

Todavía es temprano y no hay prisa. Se acaba de ir a bañar. Dijo que hoy no van los otros viejos y que sí viene, que lo espere yo. Que le gustaría un huevito con chorizo o, si yo prefiero, unos chilaquiles que voy a hacer para que no coma tanto huevo porque no le hace bien para el colesterol.

Tengo el presentimiento de que sí vendrá. Lo espero para que desayunemos juntos.Ya no debe tardar, si es que viene.  A ver si no me la hace otra vez.  ¿Será él ese coche que se oye? Le daré una calentadita a todo. No, ya se fue. ¡Ay, qué hombre! Me va a salir con su batea de babas y yo aquí esperando con la comida fría.

No me importa. Voy a desayunar yo sola y después recojo. A ver quién le da luego cuando diga que se hizo tarde y ya le anda de hambre. ¿Por qué no puede coger el teléfono y avisarme si viene o no? La culpa la tengo yo por consecuentarlo. Pero así es él. Ya lo sabía cuando nos casamos. Asómate, mi hija, a ver si lo ves venir.

Ya estoy cansada, mi hijita. No te vayas a casar con un hombre como tu abuelo. Risa y risa por aquí y por allá pero una es la que se friega esperando a ver a qué horas se le ocurre regresar. Si está muy contento en el club, ni se acuerda de lo que me dijo. Si lo invitan a desayunar, no sabe decir que no y me tiene aquí de babosa.

Ni modo que me divorcie después de tantos años ¿a dónde me voy? No es un hombre malo, tú lo conoces. Pero eso sí, ha de hacerse su santa voluntad.  Además está enfermo y tengo que ver por él. No sólo el colesterol. ¡Ojalá que eso fuera todo! También la diabetes que dice que se controla, pero a cada rato se compra sus merengues y luego se siente mal. Me pongo como chinampín cuando lo hace porque un dia se va a morir. Tú mejor no te cases.

¿Lo ves venir? Asómate, mi hija. Yo voy a ver por este lado. Seguro que se encontró con la bola de viejos en el ruso y se fueron al restaurant del club. Ya me lo imagino. A pura carcajada contándose chistes o inventando aventuras. Ya tu abuelo no está para eso. Ni entiende bien lo que le dicen porque se ha vuelto medio sordo pero no le gusta admitirlo. Nomás que llegue le voy a decir que se largue a desayunar a ver a dónde.

¿Dices que ya recoja la mesa? Si viene de antojo tengo que volver a ponerla. Porque eso sí, es elegante. La mesa tiene que estar bien puesta para que el señor se siente: cuchara, cucharita, cuchillo de filo, cuchillito para mantequilla, platito para el migajón, platito para las cáscaras, salsita picante, un salerito por favor, tantita pimienta, tuesta el pan un poco más, servilleta de tela bien lavada. Cree que aquí es restaurante y que yo estoy nomás para contemplarlo mientras desayuna a ver qué se le ofrece al hombre.

¿Le habrá pasado algo? Ahora sí ya se tardó. Ya está viejo y no reacciona como cuando era joven. Cuando vamos al cine los miércoles, tengo que ir atenta para que no se pase los altos porque no los ve. Hace rato como que oí un rechinido. No haya chocado. ¿No se ve nada en la calle, verdad? Acompáñame, ándale, vamos a la calle a buscarlo.  Es que de veras me preocupa que le pase un accidente y no tenga manera de avisarme. Por qué demonios tiene que ir todos los días a bañarse al club y tenerme como loca esperando a ver si viene a desayunar. ¿Qué no se puede bañar aquí? No, lo que le gusta es el relajo con los otros viejos que también han de tener sus gatas en la casa.

Tú mejor no te cases o fijate bien con quién. Ten amigos de entrada por salida pero cada quien en su casa para que no te agarren como a mí. Entonces no teníamos más remedio y por eso me casé con tu abuelo. Pero ahora ¿por qué te han de poner de sirvienta? ¿Sabes qué? Voy a recoger la mesa y si viene no le doy nada; o le aviento un huevo y qué me importa el colesterol. Que se aguante si no le gusta. Yo también ya me aguanté muchos años.

Creo que ahí está.  Trae el radio a todo volumen como carro de sonido; me va a oír aunque esté sordo. Lo bueno es que no había yo levantado. Asómate, mi hija, a ver si es él para que empiece yo a recalentar.
Noviembre, 2015.

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